martes, 24 de enero de 2012

Lluvia


Tres horas, tal vez un poco más.

Corriendo para luego inclinar su tronco, abalanzando su frescura frente a mí. No hay gente, no hay ruido, no hay nadie. Hay lluvia

Un paso, dos pasos, tres pasos…me relajo. Sensación nocturna de debilidad, tal vez influenciada por la briza de Enero, que hace curva en su mejilla para caer sobre la mía.

No hay más terror. Se acabó la sensación de pesadez innecesaria. Están ella y el viento sobrevolando mi cadera, como si existieran manos de sobra.

La leve curvatura de sus labios contrae de manera radical el espacio entre sus mejillas y pestañas. Se acerca la lucidez del ser. Se deja entrever un canto de risas.

Correr al medio del arbolado significaría mojarse de sobremanera, pero también es un camino a la paz.

 Mientras se eleva el vapor de color caramelo, miro hacia arriba como pidiendo a las nubes que no se muevan ni un paso, al menos por esta noche. Que dejen ser libres a las almas desdichadas de intimidad. La noche es nuestra amiga. La noche es nuestra.

Un solo ser alimentado por la sobreexposición de los cuerpos, uno junto con el otro; ni arriba ni abajo. Juntos. Un roce sinónimo de sensación ficticia, pero tan humano como el espasmo muscular al despertar.

Metros se abalanzan en la madrugada, y no se dejan esquivar sin dejar una risa estrepitosa por cualquier garabato que dibujen nuestras voces.

Mientras la mente trabaja para no dejar miradas sin recordar, el sabor del gas naranja y el tabaco humedecido nos invita a retirarnos del lugar sagrado del libertador. Es que ya existen habitantes, que esa misma noche no esperaban visitas.

El destino final tiene nombre junto al mediterráneo.

Más agua, mas linda está ella.

No quedan palabras que disimulen nuestro cansancio, pero si besos que complazcan la espera de encontrar refugio en nuestras almohadas.

Lo vivido en el final es solo nuestro, ya que no existe posible suspiro en el papel.

Solo voy a contarles que la enredadera de la pérgola recién comienza a crecer. Al igual que la lluvia. Al igual que lo nuestro.

martes, 17 de enero de 2012

Simpleza de colores

Una madera junto a otra, espaciadas perfectamente de manera horizontal. Al finalizar se percibe una curva, ligeramente parecida a la de un pétalo floral en franco crecimiento.

Justo ahí debemos mirar, ese punto exacto. Donde la luminosidad exponencial se convierte de a
poco, muy de a poco, en ausencia de pigmentación, y denota fluidez de sentimientos diversos.

Azulados, caramelo o bienvenida. No importa el sentimiento en sí, sino la manera en la que se traslada la rugosidad de la flor. Los canales dactilares se entrelazan con los tallos perfectos (o imperfectos) de cada pétalo, y así converge la idea de fluidez estacional. Esa que enamora.

Oleadas de escalofríos naturales se elevan por sobre la carne, dirigiéndose de manera estrepitosa hacia algún lugar del cuerpo. Corazón, cabeza...¿Quién sabe? Da lo mismo, las cuerdas no desafinan. Jamás en primavera.

Estallido. Certezas que sangran incertidumbre. Silencio.

Fuertes ráfagas de viento verde, golpeando el pecho de manera reiterativa. Algo está por ocurrir. Algo más.

Es aquí cuando el mentón se eleva con ojos ciegos, mientras el aire activa una pulsión hormonal y el sol es el único destino posible del alma.