Tres horas, tal vez un poco más.
Corriendo para luego inclinar su tronco, abalanzando su
frescura frente a mí. No hay gente, no hay ruido, no hay nadie. Hay lluvia
Un paso, dos pasos, tres pasos…me relajo. Sensación nocturna
de debilidad, tal vez influenciada por la briza de Enero, que hace curva en su
mejilla para caer sobre la mía.
No hay más terror. Se acabó la sensación de pesadez
innecesaria. Están ella y el viento sobrevolando mi cadera, como si existieran manos
de sobra.
La leve curvatura de sus labios contrae de manera radical el
espacio entre sus mejillas y pestañas. Se acerca la lucidez del ser. Se deja
entrever un canto de risas.
Correr al medio del arbolado significaría mojarse de
sobremanera, pero también es un camino a la paz.
Mientras se eleva el
vapor de color caramelo, miro hacia arriba como pidiendo a las nubes que no se
muevan ni un paso, al menos por esta noche. Que dejen ser libres a las almas
desdichadas de intimidad. La noche es nuestra amiga. La noche es nuestra.
Un solo ser alimentado por la sobreexposición de los
cuerpos, uno junto con el otro; ni arriba ni abajo. Juntos. Un roce sinónimo de
sensación ficticia, pero tan humano como el espasmo muscular al despertar.
Metros se abalanzan en la madrugada, y no se dejan esquivar
sin dejar una risa estrepitosa por cualquier garabato que dibujen nuestras
voces.
Mientras la mente trabaja para no dejar miradas sin recordar,
el sabor del gas naranja y el tabaco humedecido nos invita a retirarnos del
lugar sagrado del libertador. Es que ya existen habitantes, que esa misma noche
no esperaban visitas.
El destino final tiene nombre junto al mediterráneo.
Más agua, mas linda está ella.
No quedan palabras que disimulen nuestro cansancio, pero si
besos que complazcan la espera de encontrar refugio en nuestras almohadas.
Lo vivido en el final es solo nuestro, ya que no existe
posible suspiro en el papel.
Solo voy a contarles
que la enredadera de la pérgola recién comienza a crecer. Al igual que la
lluvia. Al igual que lo nuestro.
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