lunes, 30 de abril de 2012

Maestros del dolor


"Investigar al maestro permite comprender al alumno".

  No es sencillo imaginar a Cortázar entristecido al soltar la mano de Aurora, para contraer matrimonio con la muerte. Más difícil resulta graficar a Spinetta llorando por los rincones cuando tuvo que dejar de ver a Cristina Bustamante, su primer gran amor. La envergadura de Perón siempre evitará que lo pensemos con el corazón roto, al momento de la partida de Eva.

  Todos sufren por amor. La diferencia que espigan los más grandes artistas, de cualquier índole, es que mediante su arte trascendental abrazan al dolor con una energía diferente. Y convertir el dolor en arte es el secreto de la paz.

  Hay momentos en la vida definitivamente hermosos, pero los que realmente son fomentadores de la naturalidad humana son los dolorosos. Los escabrosos, esos en los que no encontrás respuesta válida y culpás al destino, convirtiéndote en un absoluto cobarde, como dice Ismael Serrano en su más grande obra Amores Imposibles.

  Cuando ingresás en esa habitación de recuerdos teñida por momentos imborrables, como el día que ella se sentaba en la reja delantera de una casa y vos desesperabas a las cuatro de la madrugada, es difícil salir. No sabés si correr por donde entraste o si seguir mirando las paredes para añorar lo perdido. Cerati viene por un momento, y vos ponés canciones tristes para sentirte mejor.
Seguir recordando se hace alimento de cada día. Desayunás ese cigarrillo entre risas que fumaron en la plaza; almorzás un abrazo colgando de un puente, cerca del parque; cenás besos y caricias en un futón que se robó enero. En fin, los recuerdos son nutrientes. A veces se asimilan de la mejor manera, y a veces no.

  El próximo paso es la aceptación mezclada con bronca. Dejaste la piel y más. No es aconsejable cuestionar a la vida, preguntarse ¿Porqué a mi? No es con vos, pibe. Siempre es así. La mayoría de las veces te vas a estrellar contra el sol, aunque hayas puesto de vos lo que jamás nadie puso por el otro. 

  Acá no interviene la cuestión matemática, no hay promedios ni reglas. Hay elecciones…y fuiste. O mejor dicho, no fuiste elegido. Y sería fácil poner sobre tabla la vida y sus injusticias, pero seguirías siendo un absoluto cobarde.

  El dolor es muchas veces presencial. Es más que un infortunio el tener que presenciar la causa diariamente. En mi caso me inquieto, me refugio en la altanería de cartón o me tomo una taza de café mientras espero que me pida un poco. Me comienzan a temblar las manos a media mañana y dejo salir ese estúpido orgullo que tan mal se lleva conmigo. Hay momentos en los que te desconocés por completo.

  Al final del dolor buscás una respuesta interna, el saber porque mierda te duelen tanto las peripecias de la vida. Algunos encuentran respuestas y otros no las encuentran porque las buscan en los demás. Yo soy de esos, de los últimos, de los que dejan para el ocaso la propia comprensión. Consigo algunos resultados cuando me siento a pensar, pero generalmente son malos para la normalidad social. Simplemente me termino de enterar de que le doy un gran protagonismo a la autodestrucción. Y creanmé, es absolutamente involuntario.

  Volviendo al principio, sin ánimos de compararme con los grandes artistas de la cultura popular, me refugio en la exploración de las cualidades innatas que se alojan dentro mío. No me pregunten por qué, pero salen en su totalidad cuando algo se rompe en mi pecho. Y ahí escribo. Es ese el momento en el que mejor me desenvuelvo con la palabra. Algo tan satisfactorio como la escritura, poética o como puta quieran llamarlo, sale de algo tan detestable como el amor incompleto.

  Todos conocemos el sufrimiento, donde nos diferenciamos es en dejarlos ir o en convertirlos en una flor.

  El dolor también me ayuda a entender que, como decía Marcel Proust, “solo amamos aquello en que buscamos algo inasequible”.




miércoles, 25 de abril de 2012

Verdad


 La garganta irritada…será de tanto fumar. Pero los ojos a medio levante no son por el pucho, sino que se están cerrando como mi corazón. Hoy es el día más frío del año, mis pies descalzos me lo confirman y tu voz irreconocible también.

 Me tiemblan mucho las manos, me está costando respirar. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan débil. Hoy no me levantan ni el café ni el Madrid.

 Me froto la cara en señal de “no sé que mierda”. Es que estoy desahuciado por los muchos placeres que dejo sin convertir. Se quedan en el camino palabras y reuniones, trasnoches y abrazos. Es la historia del otoño, la de todos los otoños azulados.

 Esto no es para mí, me equivoqué de partido. No me gustan las patadas imprevistas, tampoco caminar con los cordones desatados. Y no puedo cambiar eso de esperar lo inobjetable, por más que lo intento caigo en el mismo hueco.

 Parece que es un poco prematuro ponerse a escribir, a pesar de que las cosas salen mejor cuando están lastimadas. Claro, todavía veo el rojo del asunto.

El sombrero me lo tengo que poner igual; dejé la piel, la saliva y el estilo.

 Sé que tengo resto y libertad, pero paradójicamente siempre buscamos el rayo de luz más oscuro. En la rendija más lejana y mugrienta, indagamos con ojo de gato para saber si somos más o menos valientes. 
Nunca, pero nunca, dejamos librado al azar el hecho de la paz emocional.

 Lo acepto, me gusta el humo blanco pero más el circular del cigarrillo, el que no tiene principio ni fin, de consistencia firme y con igual presencia de dudas. Amo los problemas y las negaciones, quiero más a los dolores que a los cantos alegres. Disfruto de la felicidad pero vivo buscando el suelo. Tal vez porque ahí se puede plantar.

Suerte que hay cuerdas, suerte que hay amigos.

Suerte que casi es mayo, y pronto llega el invierno.

lunes, 16 de abril de 2012

Lo infeccioso de tu amor


Lo incongruente de tu risa.

Lo impecable de tus labios.

La caricia de tu llanto.

Lo sarcástico de tu pelo.

Lo gastado de tus deseos.

Lo creíble de tus ganas.

El sonido de tus tobillos.

Lo tortuoso de tu encanto.

Los colores de tu vientre.

Lo profundo de tu espalda.

Lo invencible de tus ideas.

El pecado de tus abrazos.

Lo instantáneo de tus mañanas.

Lo dudoso de tus miradas.

El infortunio de tus vicios.

Lo sagrado de tu locura.

La perfidia de tus paseos.

La sequía de tus lluvias.

El trasfondo de tu arte.

Las semillas de tus noches.

El lunar de tu ternura.

El perdón de tus palabras.

Lo promiscuo de tus tardes.

La mueca de lo cotidiano.

La sinfonía de tus pulseras.

Lo liviano de tu caminar.

La renguera de tu reloj.

Lo cálido de tus cuentos.

La poesía de tus idas y vueltas.

Lo relativo de tu odio.

Lo sabroso del rencuentro.

Lo sincero de tu cariño.

Lo infeccioso de tu amor.


domingo, 8 de abril de 2012

Si los hombres fueran hojas



Si los hombres fueran hojas enfrentarían sus miedos. Caerían desde lo alto, sin conquistas ni tristezas. Danzarían dolorosamente por colchones de aire llenos de semillas y legumbres.

Si los hombres fueran hojas atarían tu cabello, resquebrajando lo agrio de tus mentiras y lo solemne de tus mejillas.

Si los hombres fueran hojas no perderían el centro. Pretenderían tus sabanas aunque el calor de enero sofoque sus peripecias.

Si los hombres fueran hojas tu llanto no dormiría. Serías reina en la abadía y esclava de mis caricias.

Si los hombres fueran hojas comprarían tres caminos. El primero desolado, solo con piedras que te alimenten; el segundo avejentado, sin cigarrillos ni silencios; el tercero amedrentado, con tus pies y tu barriga.

Si los hombres fueran hojas, la luz no sería tan tenue. Pulularían los amores, no las torpezas de tu insomnio.

Si los hombres fueran hojas te arriesgarías al tormento.

Si los hombres fueran hojas hervirían los inviernos. Las flores egoístas; los pájaros empapados.

Si los hombres fueran hojas, mi cara valdría su peso en suspiros. Ni bocetos, ni llamadas. Preponderancia del ser y su valentía.

Si los hombres fueran hojas viviríamos diciembre. Menos palabras, más diálogo.

Si los hombres fueran hojas, inconsciencia total. Miles de chocolates, pero noches apedreándome con los fantasmas que dejan los sábados por la tarde.

Si los hombres fueran hojas me colaría en tu ventana, compartiendo tu almohada y arriesgando mi cabeza.

lunes, 2 de abril de 2012

Abrilismo


Casi se va la tarde. El sol, sin permiso, se contractura para invadir las rendijas de la persiana. Pero lo más llamativo es que no trae calor. Si viene con sutilezas y cumplidos dudosos, pero no con calor.

Hace mucho tiempo que no visito ese lugar. Quizá la encuentre entre los escombros, quizá ya limpiaron absolutamente todo registro de pulso cardíaco. Tendré que viajar y recordar el mapa, buscar referencias y abrir bien los ojos. Aunque, como dice un madrileño, “pensándolo bien me conformo con menos”.

A veces pienso que debería comprar calmantes que reposen en mi mesa de luz. Color cobre, dinámicos y dóciles. Pero como todo ansiolítico la factura es venenosa. No hay luz sin noche. No hay trenes sin cobardes. No hay poesía sin egoísmo.

La semana saluda con dos dedos elevados. Hambrienta y desesperada.

Suena “Dogs”. Caen tus anillos. Aprovechar este concepto artístico-emocional es un camino, reventarse es otro. Silencio, no perdamos el control.

Me imagino acorralado, entre árboles que se desvisten sin intensiones de liberar mis pensamientos. Un cigarrillo humedecido, una postal de los últimos tres o cuatro años. Sobre mis piernas el papel, sobre las tuyas…vaya uno a saber qué.

Se guardan los pájaros y el canto es esporádico. Se pueden levantar piedras y llenarse de pecados.

Me consta, el abrazarte en otoño es sinónimo de rebeldía. Los juegos del tacto, hojas mojadas por la secuencia interminable de tu boca contra el viento.

Vagos reflejos, ojos cansados (cada día más). La tentación está en la pulpa, la cáscara es solamente la auto-represión emocional.

El cuello se libera cuando comprende que el movimiento radial no es sinónimo de sublevación. En cambio, los pies se liberan cuando aprenden a correr, sin miedo a olvidar.

Que el pelo te cubra la nariz, lo demás es prescindible.