Si los hombres fueran hojas enfrentarían sus miedos. Caerían
desde lo alto, sin conquistas ni tristezas. Danzarían dolorosamente por
colchones de aire llenos de semillas y legumbres.
Si los hombres fueran hojas atarían tu cabello,
resquebrajando lo agrio de tus mentiras y lo solemne de tus mejillas.
Si los hombres fueran hojas no perderían el centro.
Pretenderían tus sabanas aunque el calor de enero sofoque sus peripecias.
Si los hombres fueran hojas tu llanto no dormiría. Serías
reina en la abadía y esclava de mis caricias.
Si los hombres fueran hojas comprarían tres caminos. El
primero desolado, solo con piedras que te alimenten; el segundo avejentado, sin
cigarrillos ni silencios; el tercero amedrentado, con tus pies y tu barriga.
Si los hombres fueran hojas, la luz no sería tan tenue.
Pulularían los amores, no las torpezas de tu insomnio.
Si los hombres fueran hojas te arriesgarías al tormento.
Si los hombres fueran hojas hervirían los inviernos. Las
flores egoístas; los pájaros empapados.
Si los hombres fueran hojas, mi cara valdría su peso en
suspiros. Ni bocetos, ni llamadas. Preponderancia del ser y su valentía.
Si los hombres fueran hojas viviríamos diciembre. Menos
palabras, más diálogo.
Si los hombres fueran hojas, inconsciencia total. Miles de
chocolates, pero noches apedreándome con los fantasmas que dejan los sábados
por la tarde.
Si los hombres fueran hojas me colaría en tu ventana,
compartiendo tu almohada y arriesgando mi cabeza.
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