Casi se va la tarde. El sol, sin permiso, se contractura
para invadir las rendijas de la persiana. Pero lo más llamativo es que no trae
calor. Si viene con sutilezas y cumplidos dudosos, pero no con calor.
Hace mucho tiempo que no visito ese lugar. Quizá la
encuentre entre los escombros, quizá ya limpiaron absolutamente todo registro
de pulso cardíaco. Tendré que viajar y recordar el mapa, buscar referencias y
abrir bien los ojos. Aunque, como dice un madrileño, “pensándolo bien me
conformo con menos”.
A veces pienso que debería comprar calmantes que reposen en
mi mesa de luz. Color cobre, dinámicos y dóciles. Pero como todo ansiolítico la
factura es venenosa. No hay luz sin noche. No hay trenes sin cobardes. No hay
poesía sin egoísmo.
La semana saluda con dos dedos elevados. Hambrienta y desesperada.
Suena “Dogs”. Caen tus anillos. Aprovechar este concepto
artístico-emocional es un camino, reventarse es otro. Silencio, no perdamos el
control.
Me imagino acorralado, entre árboles que se desvisten sin
intensiones de liberar mis pensamientos. Un cigarrillo humedecido, una postal
de los últimos tres o cuatro años. Sobre mis piernas el papel, sobre las tuyas…vaya
uno a saber qué.
Se guardan los pájaros y el canto es esporádico. Se pueden
levantar piedras y llenarse de pecados.
Me consta, el abrazarte en otoño es sinónimo de rebeldía.
Los juegos del tacto, hojas mojadas por la secuencia interminable de tu boca
contra el viento.
Vagos reflejos, ojos cansados (cada día más). La tentación
está en la pulpa, la cáscara es solamente la auto-represión emocional.
El cuello se libera cuando comprende que el movimiento radial
no es sinónimo de sublevación. En cambio, los pies se liberan cuando aprenden a
correr, sin miedo a olvidar.
Que el pelo te cubra la nariz, lo demás es prescindible.
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