domingo, 27 de mayo de 2012

Sus incuestionables placeres

  Levemente, como un susurro del destino, suena Kuro.

  El fuego se eleva, como las rocas en manos limpias dispuestas a ensuciarse.

  La sal es tan imperfecta que transforma sus descuidos en una especie de belleza desordenada. La diversidad de sonidos confluye en un solo suspiro que sale de su boca. Uno solo, radiante y oscuro.

  El pelo cayendo al contacto frontal, mientras la cabeza de su alma se proyecta contra el suelo. No es cansancio ni decepción, es placer. Es la sentencia de lo eterno confluyendo con sus ojos al cerrarse.

  Las manos ásperas y resecas, como hojas que por extraña conmoción no se quiebran. Sobreviven al mandato natural porque fomentan la vida en lo pasivo del otoño. Es como pintar un cuadro con colores arrebatados en un día religiosamente gris.

  Cuando el sentido intercostal explota se paraliza el tiempo. Imaginen algo sencillo: una mujer de rodillas sobre una cama, encorvando su especie hacia atrás. No hay nadie más, solo ella y el conjunto de sepias que disfrazan la escena. En un determinado momento de quiebre el cuerpo no resiste más y explota. Pero no literalmente, sino de manera poética; es sensacional.

  Es un grito de libertad plasmado en la separación de las extremidades, partiendo desde un centro y hacia puntos con una lejanía equidistante. Un estiramiento profundo que ubica cada cosa en su lugar.  Luego el fin.

 …


  Mientras tanto, por acá, voy guardando mis alas. La marea se mueve constante, y sería bueno dejarse caer, soltar su mano y cambiar de desorden.

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