martes, 8 de mayo de 2012

Todo tan frío



Salí a la calle con un pañuelo en el cuello y un resfrío que compré esta semana. Desafiante, raso e inventivo. Era un lindo día para desentrañar artilugios.

Miré mis manos y no solo llevaba una uña negra, sino también rastros de pena; palabras vacías que dije y recolecté un par de días atrás.

Acepto mis errores y mi papel en esta novela. Por eso me dirigí sensato y adulto a su encuentro.

Todas las ocasiones, en las que tengo que desviar mi verdadero proceder, me toman de payaso. Suelo desempeñarme hiperactivo y complaciente.

Un beso en la mejilla, seco e invernal por fuera. Doloroso y apenado en sus entrañas. Lo sentí.

Más tarde mis pies me llevan cerca de las letras ordenadas. En el camino se provoca un cruce, dos miradas errantes. Invierno sin abrazos, como una pulsera rosa deshilachada y abrazada por un reloj.

Al mirar por la ventana vi nubes, pero no con alegría. De hecho me angustió el gris del pincel, y yo a sus espaldas, peleando contra mis pies y mis ganas.

Nadie dijo que sería fácil, nadie dijo nada. Ese es el problema, no decir nada. Pero no por incómodo es menos real. Es tan real como su sonrisa.

El frío pasa, termina. Pero dura una eternidad cuando no hay abrigo que lo aleje, y es el caso. Solo tengo mi mejor mueca y el café.

Las palabras pueden escasear, pero siempre habrá para ella un gesto de ternura y de deseo respetuoso. 

Siempre quedarán las ganas de regalarle, todas las mañanas, un piropo disfrazado de llovizna. Aunque mi postura comunique indiferencia ella sabe que mis ojos le desean un buen día.

No deja de apenarme la distancia, el frío. A pesar de todo, siempre la miraré para darle calor.




“Los pájaros no vuelan apresurados, sino hermosos y pacientes”.



No hay comentarios:

Publicar un comentario