Al día de hoy la pared de mi habitación se viste más blanca
que mis recuerdos. La cama a mi izquierda y tu foto dándome la espalda.
Por estos campos hace mucho frío, es la maldita antesala a
las cortas visitas del inmaculado sol. Las noches son tan negras que se mezclan
con tus pupilas…eso sí, tus pestañas resaltan con el café de las nueve.
Tanto diario, banqueta y populismo; tantas horas sin robarte
algo, un paseo, una sonrisa, un huracán.
Prendo el calefón y saludo al cenicero. Monedas… ¿Dónde carajo
dejé las monedas? Vaya uno a saber. En el ínterin de comenzar una contienda
sangrienta, con un amanecer de mierda, recuerdo cuando me dijo “amo a coiffeur en
la mañana”. Entonces me dispongo a recordarla, al son de “…vayámonos de casa,
donde nadie nos busque…” Es que, aunque lo quiera o no, ella siempre es un “buen
día con canciones”.
Tardo poco. Escaleras, la cara bien dura y empiezo a firmar
todas las paredes posibles. Las del frente, las de abajo, las del baño, los
cristales…creo que solo queda su frente. No importa, sino los ve es porque no
quiere…porque no me quiere.
La tarde es larga como “la cantata”, pero no tan bella.
Quizás es porque hoy te ausentaste en la “clase de risas”.
Se me escapan las manos, les hace falta un calendario.
Al verte lo recuerdo. Tu jean está roto, deberíamos dejar de
fumar. Pero está flotando la lluvia. Es que este amor es tan cliché.
No importa el color del piso, deberíamos correr por la
cornisa y comprarnos un millón de caramelos.
Rojos y anaranjados, como los que
vi pegados en la pecera. Ahora que lo pienso, vos también los viste. Es más,
los oliste, tocaste, oíste, soñaste, puteaste y amaste. Bueno, todo esto si
grafico tu mordida.
Nada es gratis…solo dar y
darse.