Han muerto los niños que beben agua de las acequias.
Han muerto los pájaros cantores que con su regocijo hacían
brillar el alma.
Han muerto los árboles ancianos, de perfume amarillo y zancadas
largas.
Han muerto tus piernas, enredadas entre mis miedos y mi caballerosidad.
Han muerto las alturas, de montaña o ultramar.
Ha muerto la canela…que se van con las gerberas, esas que algún
otoño volverán.
Ha muerto el agua mojando tu boca, mientras tus pies
derrochan liberación.
Han muerto las fotografías, dejando el papel para pobres
escritores.
Han muerto los hombres simples, que esperaban a las mujeres,
portando un café espumado y los dedos
bien separados (para entrelazar amor y
energía).
Han muerto los interrogantes, los misterios que escondes
bajo tus senos.
Han muerto las personas que enarbolan ideales, corriendo sin
tiempo.
Ha muerto el despertar en tus mejillas, los míseros
recuerdos de un almohadón “azul enero”.
Ha muerto el claro oscuro…el de los hermanos.
Han muerto las brazas tibias. Empatía entre la tierra y la
carne.
Han muerto las libertades: de soltar un globo, de beber tu
gracia, de alegrar las plazas...
Ha muerto lo clásico de la música, el sentido de “ser
canción”.
Han muerto las plumas del zorzal, que secaban las lágrimas
de tus ojos negros (…me quieren mirar).
Ha muerto la explosión de color en tu pincel. Tanta pérgola
enviudando y yo cinéfilo.
Han muerto los acordes de la gente que desfilaba sonrisas,
hoy las caras son de piedra y las manos de ceniza.
Han muerto los amantes, del teatro en blanco y negro…del
danzar al son del sol.
No ha muerto la poesía, solo escasean los cojones a la hora
de ser felices.
“A la vera de tu
espalda sigo escribiendo en las noches, aconsejado por cada gota de lluvia.
Más amor, menos
paraguas.”
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